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Explosión en el Líbano. El detrás de una catástrofe

  • Foto del escritor: Emilio Alejandro Rufail
    Emilio Alejandro Rufail
  • 8 ago 2020
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 21 ago 2020

Por Irina Bellucci (*) para el Observatorio de Medio Oriente

La reciente explosión en el puerto de Beirut no pudo haber llegado en peor momento, dado a que, el país, ya sin eso, atraviesa una profunda crisis política, económica y social.

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Desde hace años, el país ha venido sufriendo fuertes dificultades económicas, que han agobiado sobre todo a la clase media, debido al desempleo y la hiperinflación. Muchos comercios han cerrado, los despidos han sido masivos, la libra libanesa se ha desplomado -se estima un 83% desde agosto del año pasado-, y no se consiguen dólares estadounidenses, lo cual dificulta la actividad económica, comercial y financiera.

Se estima que la mitad de la población es pobre. Según los datos suministrados por las Naciones Unidas, el 57% de la población de Trípoli, la segunda ciudad más grande después de la capital Beirut, está por debajo de la línea de pobreza.

El Líbano se encuentra actualmente en negociación con el Fondo Monetario Internacional, que le ha solicitado al Estado que realice profundas reformas, las cuales no pudieron implementarse y la llegada del Covid-19 complicó aún más las cosas, porque el sistema sanitario libanés ya se encontraba en crisis.

Dicha crisis, también tiene una dimensión política. La gente se ha manifestado en repetidas oportunidades en movilizaciones populares contra sus dirigentes políticos, acusándolos de corrupción e ineptitud. Las protestas fueron de tal magnitud que generaron un cierre bancario que duró dos semanas, y controles de capitales, que limitaron las transferencias y retiros de dólares. Ello provocó que el entonces primer ministro Saad Hariri y su gabinete tuvieran que renunciar en octubre del 2019.

El hastío y las manifestaciones se han generalizado. Los cortes de energía se han vuelto recurrentes, llegando a tener 20 horas sin luz al día. El hartazgo, es de tal magnitud, que recientemente un grupo de manifestantes intentó tomar el Ministerio de Energía debido a la falta de suministro. Las calles están desbordadas de basura y los libaneses hacen largas filas para poder cargar combustible. Incluso, las Fuerzas Armadas libanesas no tienen suministros para alimentar a sus soldados, y ha crecido el delito por la desesperación.

Se hace evidente que el sistema político confesional del Líbano está agotado y debe ser reemplazado por uno secular. Como expresó el Presidente francés Emmanuel Macron, durante su reciente visita al Líbano, se debe fundar un nuevo orden político en dicho país. La situación actual parece ser un callejón sin salida, pero las fuerzas políticas libanesas se niegan a modificar el statu quo, ya que deberían resignar grandes cuotas de poder, ahondando aún más su divorcio con la sociedad que ansía los cambios.

Por otra parte, al jugar Hezbollah un rol central en la política libanesa, esto priva al país de mayor cooperación internacional, dado a que cada vez son más los países que consideran a dicha organización como un grupo terrorista.

En dicho contexto, el pasado 3 de agosto renunció el canciller Nassif Hitti, quien criticó la línea política del país, haciendo un llamado para acordar la paz y prioridad de los ciudadanos, dejando de lado las disputas regionales. En su carta de despedida afirmó, que su país: “Fue fundado sobre la libertad, el pensamiento, el conocimiento, la cultura, un Líbano Faro, un Líbano Mensaje, punto de encuentro entre Oriente y Occidente”, agregando que “El Líbano hoy no es más el Líbano faro que nosotros hemos amado y querido”.

En este marco, el 5 de agosto pasado ocurrió una explosión en Beirut, cuya naturaleza aún no es clara, y que ha producido la muerte de 158 personas, con más de 60000 heridos y un importante daño a los edificios de la capital libanesa. Los hospitales de Beirut que quedaron en pie se vieron desbordados frente a la emergencia. Líbano ha recibido la solidaridad internacional, por el pedido del primer ministro Hassan Diab, para asistir a los afectados y ayudar al país en las tareas de rescate. Incluso Israel, el país con el cual está en conflicto y sin relaciones diplomáticas, ha ofrecido su asistencia.

El Líbano fue una nación percibida por mucho tiempo como un ejemplo y modelo de diversidad religiosa y resiliencia. En vistas de la catástrofe, es necesario que se dejen de lado las rivalidades internas y regionales para atender a un país que tocó el fondo, que en palabras del ex canciller, Nassif Hitti: “corre el riesgo de convertirse en un Estado fallido”. Esto puede generar un vacío de poder cuyas consecuencias son difíciles de pronosticar y que no sólo afectarán al Líbano sino también a todo el Medio Oriente.

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Irina Bellucci es estudiante avanzada de la Licenciatura en Ciencia Política de la Universidad Abierta Interamericana. Estudiante colaboradora en el Observatorio de Medio Oriente

 
 
 

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