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La argentinización de Túnez

  • Foto del escritor: Hugo Javier Sallis
    Hugo Javier Sallis
  • 20 mar 2021
  • 9 Min. de lectura

La pandemia del Covid-19 en Túnez evidencio la existencia de una crisis de partidos que pone en jaque el sistema de gobierno (o agotamiento de la 2da republica) con puntos en común con el proceso argentino entre 2001 y 2003.

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A poco de cumplirse seis meses de que Hichem Mechichi fuera designado Jefe de Gobierno de Túnez (figura política similar a la de un primer ministro) y con la crisis del Covid-19 que aún no muestra una salida a corto plazo, el pequeño país magrebí se encuentra en una metamorfosis desde las elecciones presidenciales de 2019.


Aunque hay quienes aseguran que este proceso se gestó anteriormente en las elecciones municipales de 2018, en todo caso las elecciones de 2019 demostraron la consolidación de la crisis de partidos o desafección política por parte del electorado.


· ¿Cuáles son los factores que llevaron a los tunecinos a esta situación política?

· ¿Qué problemáticas salieron a la luz por causa del Covid-19?

· ¿Cómo se vincula este proceso con el vivido en Argentina entre 2001 y 2003?



La muerte de la identidad


Al morir el presidente tunecino Béji Caïd Essebsi en julio de 2019 se debieron adelantar las elecciones (según lo establecido en la constitución) y se realizaron dos meses antes de lo previsto. Como ya sabemos, las elecciones presidenciales son un termómetro para la disputa en las urnas de los candidatos camino hacia el Parlamento y en Túnez eso se vio en una clara disgregación en los votantes que dieron su apoyo a distintas fuerzas políticas no tradicionales (26 candidaturas aprobadas) evidenciando con esto la crisis de partidos imperante.

Tal es así, que el partido triunfante en las dos elecciones de 2014 no logró presentar un candidato y terminó en una crisis interna (profundizada con la muerte de su líder Essebsi).


El desafío que afrontaron los partidos políticos tradicionales o coaliciones luego de las revueltas de 2011 no era particularmente un camino de jazmines (como ya señalamos en los artículos anteriores), sino la crisis económica heredada del gobierno de Ben Ali. Esta crisis se vio profundizada en el proceso de democratización -2011/2014- mostrando la incapacidad de los sucesivos gobiernos de planificar y llevar adelante una política socio económica que permita reducir las asimetrías entre el norte costero (la región más rica) y el sur del país.


Estos desatinos en los planes de gobierno y las constantes luchas políticas (recordemos que el sistema político del país tiene tres figuras políticas predominantes -el presidente, el jefe de gobierno y el presidente de la asamblea del pueblo-), además de una agenda alejada de la sociedad civil, fue dejando marcas en los votantes. Es por eso por lo que en 2019 fue representado por un descontento electoral que termino por disgregar los votos de forma inusitada.


La culminación de esto arrojó una participación electoral del 49% (13% por debajo de 2014), por otro lado, puso como candidatos con posibilidades de triunfo al outsider Kaïs Saied con el 18,4% de los votos y a Nabil Karouni (representante de QalbTounes fundado en 2019) con 15,58%.

La particularidad de la situación es que entre ambos candidatos no lograron superar el 39% de Béji Caïd Essebsi de la primera vuelta em 2014, lo que muestra a las claras una dispersión de los votantes y una baja participación en términos reales.


Una participación electoral del 49% (13% por debajo de 2014)

A continuación, en las elecciones legislativas del 6 de octubre de 2019 volvió a rondar el 40% de participación de los votantes y si bien, Ennahda logró mantener supremacía con aproximadamente 19% de los votos, en términos reales pasó de contar casi un millón de votos en 2014 a poco más de quinientos sesenta mil en 2019, mostrando una perdida de apoyo electoral que lejos está del millón y medio de votos de 2011.

Muy cerca estuvo el partido creado en 2019, QalbTounes, con el 14,55% de los votos, mientras que las demás formaciones políticas no pudieron pasar el umbral de 7% de los votos convirtiendo al parlamento en un rompecabezas de diputados independientes conviviendo políticamente con los representantes de partidos tradicionales.


Estos acontecimientos dejaron a la política tunecina fragmentada y con los niveles de legitimidad en serio retroceso (en comparación con lo ocurrido en la democratización 2011-2014). Aún con Rached Ghannouchi de Ennahda como presidente de la asamblea del pueblo, Elyes Fakhfakhde Ettakatol como jefe de gobierno (luego sucedido por Hichem Mechichi) y Kaïs Saied como presidente -técnicamente 3 partidos en el poder- no se logró el consenso y las turbulencias políticas no cesaron.



Pandemia de crisis estructurales


En los primeros días de marzo de 2020 se detectó el primer caso de Covid-19. El ejecutivo decidió una serie de medidas que incluyeron cuarentena para los llegados del exterior, el corte de las comunicaciones marítimas y aéreas con el extranjero, y también se suspendieron las actividades en los colegios y los centros religiosos (mezquitas).

La movilidad de los ciudadanos se redujo al máximo imponiendo un toque de queda nocturno que limitó la expansión del virus.


Pero estas medidas funcionaron hasta los primeros días de septiembre de 2020, cuando los casos comenzaron a aumentar, lo que coincidió la designación de Hicen Mechichi como jefe de gobierno.


Aún con los acuerdos entre la UGTT y la UTICA -prohibición de los despidos-, las inyecciones de dinero como plan de ayuda a los trabajadores que incluyeron en primer término casi 900 millones de dólares del tesoro nacional, luego endeudamiento externo proveniente de la Unión Europea en conjunto (Italia en particular), el Banco Islámico de desarrollo, el FMI y el Banco Mundial que asciende a 1359 millones de euros representando un 80% del PBI, el gobierno no pudo evitar que el 47% de las empresas cerraran definitivamente y que los trabajos vinculados al turismo se vieran completamente paralizados.


el 47% de las empresas cerraran definitivamente

Según el FMI, la contracción del PBI tunecino en 2020/2021 ronda alrededor del 4%, por lo tanto teniendo en cuenta que luego de la revolución de 2011 el PBI sufrió una caída de poco menos del 2% podemos afirmar que la crisis económica del Covid-19 solo vino a evidenciar la crisis estructural que vive el país.


Con una economía de dependencia externa, salarios depreciados y los servicios públicos en constante decadencia, la actualidad del país puso en evidencia las asimetrías regionales de la que hablamos previamente (norte costero – sur), es importante destacar que la pobreza se vio reducida en la última década, pero este avance social estuvo presente principalmente en la región del norte, dejando al interior del país envuelto en una espiral de crisis laboral y socio económica. No debemos olvidar, cuáles fueron las principales motivaciones en el comienzo de las protestas en 2010/2011.


Los programas de ayuda para los sectores mas vulnerables demostraron (según el Observatorio social tunecino) que el 30% del país vive en una situación de inestabilidad socio económica evidenciando así la poca respuesta o ineficiencia gubernamental en la última década para revertir esta situación, en parte proveniente del antiguo régimen y en parte generada por los sucesivos gobiernos post revueltas.


La agenda política y la agenda de los tunecinos.


Esta triada de gobierno -presidente/jefe de gobierno/presidente de la asamblea del pueblo- con figuras preponderantes en la política tunecina, envuelve en un laberinto de disputas a las acciones de gobierno, sin fuerza (y para algunos sin la legitimidad suficiente) de afrontar el desafío de la 2da República, agravado por la crisis del Covid-19 que expuso las falencias estructurales del país.


El presidente Kaïs Saied encontró en la pandemia una forma de construir poder gobernando por decreto (abalado por la constitución de 2014), aunque el parlamento que preside Rachid Ghanuchi -el líder de Ennahda- logró la potestad del voto a distancia de los diputados y la necesidad del paso por la asamblea del pueblo de cada decreto presidencial.

El presidente Kaïs Saied encontró en la pandemia una forma de construir poder gobernando por decreto

Esto colocó en el foco a la disputa por la forma de gobierno, por un lado, Kaïs Saied que busca una democracia directa (sus detractores lo ven como un camino al populismo autoritario), por otro Rachid Ghanuchi que revitaliza con su figura la función del presidente de la asamblea del pueblo dándole preponderancia al sistema parlamentario (hasta visita presidente vecinos como figura máxima del estado).


En medio de esta disputa, cuando los casos de Covid-19 se dispararon en septiembre del 2020, el presidente logró colocar a un delfín político en la jefatura de gobierno. Esto polarizó aún más las relaciones presidenciales con el parlamento (recordemos que en el parlamento la incidencia de los aliados de Kaïs Saied es mínima), lo que mueve la discusión política del foco de la crisis que viven los tunecinos a una reformulación de la 2da República, incluyendo a los actores como la UGTT y la UTICA.


Las disputas que quiebran el consenso de 2014 sobre el sistema semi-parlamentario están generando el desinterés de los ciudadanos en las políticas de los políticos, y a su vez la reactivación económica por medio del endeudamiento no alcanza para menguar las diferencias regionales del país.

Esto puede llevar a una escalada de descontentos en las regiones del sur que no es descabellado compararlas con las vividas entre 2010/2011.


Nos preguntamos:

· ¿La crisis del covid-19 desempolvó reclamos dormidos provenientes de la democracia conseguida?

· ¿La clase política está a la altura de los desafíos de la 2da República tunecina?


Esperemos que el tiempo nos dé las respuestas, mientras observamos como Túnez se encuentra en una encrucijada a causa de la crisis endémica que revitalizo el Covid-19.



10 mil kilómetros a la vuelta de la esquina


Para terminar, nos permitimos jugar un poco comparando los sucesos socio-económicos que, si bien están lejos de ser lo mismo, poseen puntos en común que en esta ocasión vamos a comentar brevemente.


Las crisis de partidos no es un fenómeno nuevo, es más, en los países como el nuestro tiene una larga historia, aunque con distintos nombres. Es sabido que durante la crisis de 2001 en Argentina se vivió el fenómeno de «que se vayan todos» como una expresión a la desafección de los ciudadanos a la clase política y sus eternas disputas de poder que nada tenían que ver con la realidad del país.

Cuando ocurren estos fenómenos sociales de movilizaciones (casi) espontaneas, que no poseen un liderazgo contenedor o canalizador pero que se aglutinan por la empatía de reclamos que abarcan a todos los sectores sociales, los resultados son inciertos.

Lo único conocido es que la violencia institucional no pierde la oportunidad de mostrar su lado más oscuro.


Claro que, en Túnez, en 2011, se buscaba un cambio radical con los distintos reclamos y el régimen de Ben Ali era un estado policía con todas las letras, pero justamente no es este escrito una comparación de victimas fatales de ambos procesos sociales - Argentina 2001 y Túnez 2011-.


Los últimos diez años, los tunecinos fueron testigos de constantes disputas políticas, pugnas por el sistema de gobierno (que continua hasta hoy) y mezquindades de algunos actores políticos que evidenciaron no estar a la altura de la historia. Este proceso llevó a la disociación de la clase política con la ciudadanía similar a la ocurrida en Argentina luego de las revueltas del 2001 y las elecciones de 2003; momento en el que la «rosca» política en busca de hacerse con el poder, privó a los actores del momento de ser parte de la historia del país.


Este proceso llevó a la disociación de la clase política con la ciudadanía similar a la ocurrida en Argentina luego de las revueltas del 2001

En este proceso surgieron nuevas identidades políticas (o mutaciones de las antiguas) que intentaron encausar el descontento generalizado y convertirlo en una masa electoral propia, para sus propias aspiraciones.


El resultado se pudo ver en los números de las elecciones presidenciales argentinas del 2003, donde ninguno de los 18 candidatos a presidente logró pasar el umbral del 25%, ni siquiera llegar a la mayoría para evitar una 2da vuelta.

La dispersión de los votantes fue tal que las fuerzas históricas del país fueron divididas en siete boletas distintas evidenciando una crisis de representatividad inusual desde la vuelta a la democracia.


Sin ser un desatino, es válido comparar estas elecciones con las presidenciales tunecinas del 2019 donde, como dijimos antes, los principales candidatos no pasaron el 20% de los votos en la primera vuelta, el partido histórico Ennahda no logró llegar al 13% y se vieron 26 candidaturas (muchas de partidos creados ese mismo año) que dispersaron al electorado. Mostrando un hastío por la clase política (no de la política en sí) y su agenda alejada del electorado.


La Argentina desde el 2002 participó en la obtención de varios acuerdos políticos. Luego de que el recién fallecido Carlos Menem no se presentó en la 2da vuelta, los cambios estructurales económicos que realizaron los presidentes provisorios entre 2001-2003, alterando a la economía del país, solamente lograron subrayar más el presidencialismo y a la figura del nuevo presidente, Néstor Kirchner.


En Túnez, las figuras de Kaïs Saied y Rachid Ghanuchi siguen en pugna por el poder real del país, por su parte la crisis del Covid-19 están llevando el país a una escalada mayor de malestar social.


Claro que los actores son otros y las realidades también, pero cada vez es más común ver presidencialismos con intenciones populistas autoritarias (el Covid-19 les dio el gusto a varios de gobernar por decreto) y los parlamentos fragmentados inmersos en mezquindades políticas personales, que se alejan cada día mas de la realidad de los ciudadanos.


Quizás Argentina y Túnez tiene poco en común en muchos sentidos, pero las mezquindades políticas es un fenómeno global que bien puede tener puntos de contacto de estos dos países.



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(*) Lic. Hugo Sallis: Licenciado en Ciencias Políticas y Profesor Universitario para la Educación Secundaria y Superior.

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