La democracia en default y el autoritarismo de fiesta
- Hugo Javier Sallis
- 29 jul 2021
- 4 Min. de lectura
Opinión
Lic. Hugo Sallis* para el Observatorio Medio Oriente
El pasado 25 de Julio, el presidente de Túnez, Kaïs Saied, decidió suspender el Congreso por 30 días y desplazar al jefe de gobierno Hichem Mechichi (figura similar al de un primer ministro).
Si bien se avizoraba lo ocurrido, ya que Kaïs Saied había encontrado el gusto de gobernar por medio de los decretos, con la excusa de la pandemia de Covid19, se podía pensar que aún la fuerza parlamentaria de Ennahda y los ciudadanos pos-primavera árabe podían desempeñarse como un dique de contención al giro autoritario, pero no fue así.
En las últimas protestas varias sedes del partido islamista Ennahda fueron objeto de ataques como forma de mostrar el descontento por el manejo de la crisis del coronavirus, en el marco de la crisis política (de la cual hablamos en artículos anteriores) dando comienzo así a una serie de manifestaciones en distintas ciudades.
Al conocerse la noticia de que el jefe de gobierno Hichem Mechichi había sido desplazado y el presidente tomara el control total del ejecutivo, los seguidores de Kaïs Saied salieron a las calles.
Los partidarios de Ennahda que salieron a manifestarse, en contra de lo que consideraron un golpe de Estado, fueron interceptados por las fuerzas armadas para impedir (a fuerza de represión) reunirse con Rachid Ghanuchi (líder del partido y presidente del congreso) quien se disponía a entrar al parlamento, acto que Ghanuchi no pudo llevar adelante ya que el Congreso se encontraba rodeado (y suspendido por 30 días) por fuerzas militares que responden a Kaïs Saied.

Ahora: ¿por qué podría haber sido distinto? ¿no deberíamos sorprendernos de estar sorprendidos?
La democratización tunecina que ocurrió entre 2011 y 2014 (de la que ya hablamos en otros artículos) se dio en un proceso posrevolucionario, con la efervescencia del sacrificio inaugurado por Mohamed Bouazizi y la energía de los jóvenes que ya no podían resistir más el estado policía de Zine El Abidine Ben Ali.
Pero luego de todo el romanticismo democrático, comenzaron a llegar las «cuentas impagas de la democracia» junto con los reclamos, las necesidades insatisfechas por décadas y las penurias de una sociedad que había puesto la sangre al cambio.
La democracia tuvo un breve verano, que luego se transformó en otoño, para caer en el más frio invierno. La crisis comenzó con su paso arrasador. Las disputas políticas, la falta de acuerdo, la economía en caída (la crisis del turismo por los atentados terroristas tuvo mucho que ver en esto) y, por si fuera poco, la pandemia empeoró las cosas, evidenciando la debilidad política del país magrebí, llevándolo (nuevamente) a una encrucijada.
Claro que un giro autoritario no se da de la noche a la mañana, es un proceso que lleva a la naturalización de las carencias como la sesión (o pérdida) de derechos, que hasta hace poco no existían y que aún se encontraban en un estado embrionario, un estadio de acumulación de insuficiencias político económicas que conducen al ciudadano frente a la crisis (o frente a la mesa de su hogar vacía), a ver de reojo las complejidades de la democracia, las miserias de los vaivenes políticos y la falta de consenso.
un giro autoritario no se da de la noche a la mañana, es un proceso que lleva a la naturalización de las carencias
Este cumulo de malos tragos le invitan a recordar con menos desdén el estado policía que hasta no hace mucho primaba en Túnez, porque la crisis económica cambia a las personas. La metamorfosis del ciudadano tunecino en esta última década lo llevo de «dar la vida por la democratización» a maldecir los sin sabores de la lucha de poder de la política frente a una crisis política, económica y sanitaria que parece no tener fin.
Es en estas situaciones, en donde el germen autoritario se reproduce, crece, se alimenta, toma cuerpo, consigue aliados y avanza sobre la democracia; siempre en pos de defender al pueblo y la nación, pero con el claro objetivo de someter a éstos a las decisiones unilaterales del supuesto salvador de la patria.
Kaïs Saied, encontró en los decretos una herramienta para avanzar por fuera del congreso, y Hichem Mechichi junto a Rachid Ghanuchi (hoy defensores de la democracia) aportaron, en gran parte a la crisis política que vive el país, con sus intentos de mitigar la figura del presidente y hasta en algunos casos actuando como tal (Rachid Ghanuchi haciendo visitas como jefe de Estado a Turquía son evidencia de esto). Estas luchas políticas por el simple control del poder de la nación provocaron que la economía (golpeada desde hace años) se encuentre en constante caída, empujada aún más por la pandemia y, además, cambiaron el foco de la discusión política, dejando de lado los problemas endémicos que posee el país, como son la asimetrías norte-sur y la abultada deuda externa.
Podríamos hablar de golpe de estado, de la lectura subjetiva del art 80 de la constitución tunecina, del partido Ennahda defendiendo las instituciones o de la gente en la calle, pero no podemos dejar de hablar de que los giros autoritarios no son la resultante de un mal día del ejecutor, sino la culminación de una secuencia de desatinos complejos (¿y controlados?) de la clase política del país que fuera la cuna de las revueltas árabes y que hoy está nuevamente frente a la encrucijada entre pasado y futuro.

(*) Lic. Hugo Sallis: Licenciado en Ciencias Políticas y Profesor Universitario para la Educación Secundaria y Superior.
Escritor y docente de la Universidad de Buenos Aires, Universidad Abierta Interamericana & Universidad Argentina de la Empresa.
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